Ética del deber
- JADE
- 20 ene 2020
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La ética del deber, como tantas otras cosas, es asunto muy desigualmente repartido. Hay quien la entroniza como regla suprema de su conducta y quien la ignora olímpicamente por incómoda. Y es que resulta ésta muy exigente, pues con frecuencia obliga a postergar nuestras apetencias, deseos o bienestar. Esto ha sido así siempre (de una u otra forma), pero tengo para mí que en los tiempos que corren el olímpico desprecio por el deber ha crecido como la espuma entre quienes nos mandan.
Aspectos importantes

En la ética del deber somos guiados por lo que debemos hacer. Pero ¿qué debemos hacer? Porque cabría responder que lo que nos plazca, nos convenga, nos enriquezca, nos otorgue poder... Para el prusiano no hay hada de eso. El deber que ha de guiarnos exige respetar el imperativo moral de hacer lo que es objetivamente bueno. En primer lugar, obedeciendo la regla de oro: obra con el otro como quisieras que obrara contigo.
La conducta moral tiene lugar ahí donde el hombre se comporta no según sus impulsos, sino sometiéndose a una voluntad dictada por él mismo. Esto no quiere decir que el bien generado por el impulso (por ejemplo, la ayuda prestada por misericordia o compasión) sea considerada como algo censurable; la bondad y la compasión merecen toda nuestra aprobación; sin embargo, el respeto a la dignidad del hombre debe ser lo más preciado. El talante moral no consiste simplemente en desear al prójimo algún bien, sino en desear que el prójimo mismo se haga digno de su bien o de su felicidad. La auténtica benevolencia hacia el otro se expresa en una actitud que estimula los propios esfuerzos del beneficiario para alcanzar sus fines.
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